martes, 10 de mayo de 2016

PINTOR


EL PINTOR DE ZUMBAHUA
Uno de los pintores más famosos de Zumbahua es Alfonzo Toaquiza y su hermno Alfredo Toaquiza

Alfonzo Toaquiza

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Latacunga. Tigua, comunidad ubicada en la cordillera occidental de la provincia de Cotopaxi a 35 kilómetros del cantón Pujilí, en la vía Latacunga – La Maná, tiene como carta de presentación el arte pictórico que aquí se ha desarrollado. Uno de los pintores destacados de esta comunidad es Alfonso Toaquiza, quien comenta su experiencia artística y ofrece una narración que busca dar una mirada hacia el origen y evolución de esta manifestación artística en Los Andes ecuatorianos.



Según Alfonso Toaquiza (foto), la pintura en Tigua apareció por una iniciativa casi ingenua de su padre, Julio Toaquiza Tigasi. En su juventud don Julio fue músico: tocaba el tambor y el pingullo (instrumento de viento semejante a la flauta) y acostumbraba a participar en las fiestas que se daban en Tigua por el Inti Raymi. Para dar un toque personal a sus instrumentos empezó a decorar con flores y varios motivos andinos los tambores y pingullos que utilizaba. Con esto don Julio dio un valor agregado a su arte, pues no sólo ofrecía un deleite auditivo con sus melodías sino también uno visual con los decorados que se plasmaron en la superficie de los instrumentos.



Por iniciativa del padre de Alfonso Toaquiza este arte se extendió en Tigua, donde ahora hay alrededor de 600 pintores. “Mi padre nunca guardó en secreto su arte sino que enseñó a todos como una muestra de generosidad para con su gente”. El artista cotopaxense sostiene que “en la concepción indígena casi no había cabida para el egoísmo, aunque ahora por cuestiones políticas se ven ese tipo de cosas”, dice. Y añade que junto a su padre empezaron a pintar de modo espontáneo, simplemente porque querían pintar. Cuenta que desconocían el significado del arte y que lo hacían porque lo sentían”.



Con profundo cariño y respeto Alfonso recuerda a su abuela, con quien creció y de quien aprendió todo. “Mi abuela sabía todo: cómo sembrar, cómo cosechar, cuándo hacer la deshierba, el valor de los ‘ojos’ de agua, hasta cómo barrer la casa, porque no era de botar no más al viento lo que salía de la casa, porque decía que se iba la suerte”. Manifiesta esto mientras señala que las escenas de la separación de las gramíneas, la separación de la cebada, las habas, arvejas y papas están grabados en su mente y son la temática de su preferencia -junto a las del danzante de Tigua- al momento de pintar.



La técnica de la pintura en Tigua



El arte pictórico de Tigua se enmarca en una corriente artística denominada naif, que se caracteriza por la ingenuidad y espontaneidad, el autodidactismo de los artistas, los colores brillantes y contrastados, y la perspectiva acientífica captada por intuición. En la mayoría de casos esta técnica evoca o se inspira en el arte infantil y muchas veces es ajeno al aprendizaje académico.



Alfonso Toaquiza describe sus pinturas como “un arte natural, un arte que no tuvo un profesor que diga: así tienes que pintar”. Señala que la técnica se ha perfeccionado con el paso de los años. Los materiales empleados en el trabajo también han cambiado pues inicialmente se empleaba thinner (tiñer) para diluir las pinturas a usar en los cuadros porque se desconocía los efectos dañinos que este derivado del petróleo provoca en la salud de quien lo inhala de modo permanente.



El cuero de oveja crudo, natural, fue utilizado como lienzo por los artistas tigüenses por muchos años. El arte allí plasmado era apreciado por los turistas, pero no ofrecía una durabilidad mayor a los 15 años pues la piel animal reflejaba el deterioro y descomposición del tejido. Ante esto, Alfonso Toaquiza explica que los artistas empezaron a trabajar en cueros curtidos, técnica que aprendieron de colegas norteamericanos y bolivianos. Se estima que las pinturas plasmadas en este material tendrían una duración de 200 a 300 años.

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